Porquepermitioelmal

¿Por qué muere el hombre?

¿Por qué hay...?

Tornados

Huracanes

Inundaciones

Hambrunas

Asesinatos

Calamidades

Una breve exposición del

Plan Divino De Las Edades

Mostrando la armoniosa cooperación

Justicia, la Sabiduría, el Amor y el Poder del Creador.

El estudiante cuidadoso y reverente de
las sagradas Escrituras encontrará, a la luz dada ahora a la familia de la fe, que la palabra de Dios presenta un plan de salvación y desarrollo de la raza humana que es completo y sistemático, que ha operado a través de las edades, y que hasta el tiempo presente ha sido un éxito en su desarrollo gradual, el cual a su debido tiempo será gloriosamente completado. Los pasados seis mil años de historia humana han sido necesarios para llevar este plan a su presente estado de desarrollo, y mil años más permitirán la plena consumación de la restauración de cada miembro de la raza, que así lo desee, a la imagen original de Dios, y su establecimiento en justicia, con las eternas edades de gloria y bendiciones delante de ellos.

Este es el alcance del Plan de Dios, que Él diseñó antes de la fundación del mundo, para ser realizado por Cristo, quien es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin, el Primero y el Último de la creación directa de Jehová—su Hijo Unigénito. (Apo. 1:8-10; Juan 1:14, 18; Col. 1:13) "Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho". "Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque por él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten" (Juan 1:3; Col. 1:15-17) En él también "tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados".—Col. 1:14

Dios, habiendo honrado así a su Hijo, haciéndolo un instrumento o agente para la realización de todos sus grandiosos designios, declara al hombre: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd". "A éste, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador", "para que todos honren al Hijo como honran al Padre" (Mat. 17:5; Hech. 5:31; Juan 5:23) El Hijo no reclama mayor honor que el de ser el agente o mensajero del Padre, el "mensajero del Pacto de Jehová". (Malaquías 3:1) Por esto él dijo: "Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió", porque "el Padre mayor es que yo" (Juan 6:38; 5:30; 4:34; 14:28) Para nosotros, así como para el Apóstol "sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de él".—1 Cor. 8:6

Después de la creación de los ángeles vino la creación del hombre, un ser adaptado para vivir en la tierra y para ser su señor y rey. El hombre, como los ángeles, fue creado a la imagen divina, esto es con facultades de razonamiento, conciencia, etc., capaz de discernir entre el bien y el mal. El hombre, como rey de la creación, fue hecho "un poco menor que los ángeles" (Heb. 2:7, 9), y esta diferencia consistía en estar limitado a la tierra por su naturaleza, mientras que la naturaleza angélica, siendo espiritual, tiene un rango más amplio de actuación y por lo tanto un plano de razonamiento más amplio. Ser una imagen de Dios implica libertad de elección con respecto a la propia conducta. Originalmente el hombre fue dotado con esta libertad por su Creador, y la elección entre el bien y el mal fue puesta delante de él como una necesidad de probarlo para la vida eterna, aunque no sin la advertencia por parte de Dios con respecto a los benditos resultados de la justicia y los ruinosos resultados del mal. A causa de la inexperiencia del hombre, se requería una obediencia implícita a la voluntad de Dios para su seguridad y protección, y para probar también su lealtad a su justo Señor y Soberano. Sin embargo Dios, con su divina intuición, previó el camino que Adán tomaría y la caída de toda la raza en la muerte, y también que las lecciones de esta experiencia con el pecado y la muerte servirían para enseñarles, a su debido tiempo, que por medio del mérito del sacrificio de Cristo hay remisión de los pecados, si ellos se arrepienten y se vuelven a la justicia. Dios entonces determinó dejar al hombre elegir su propio camino, e imponer sobre él la pena justa, y luego, en el tiempo apropiado, librarlo de ella con una gran salvación.

Dios previó que, aunque con buenas intenciones, el conocimiento y la experiencia limitadas del hombre lo tentarían continuamente para dudar de la sabiduría de las ordenanzas divinas, y aun para desobedecerlas; Él entonces tomó esta oportunidad para dar a conocer a todas sus criaturas, así como también al hombre, una concepción más completa de sí mismo, de modo que todos llegaran a adorarlo y obedecerlo plenamente y de corazón. Como revelación e ilustración de sus propios atributos (Justicia, Sabiduría, Poder y Amor), Dios hizo que sus criaturas humanas creadas a su propia imagen (perfectas aunque inexpertas y poco informadas acerca de los atributos de su Creador), pasaran por una prueba, de modo que pudieran obtener una valiosa experiencia. Él supo desde el principio que aunque la prueba era justa, el hombre usando su libre albedrío, caería en el pecado. Pero Dios se propuso no abandonar a sus criaturas desobedientes en la ruina y la muerte eternas, y proveyó un camino de redención por el cual Él pudiera ser justo y también justificar a aquellos que verdaderamente le creen. (Rom. 3:26) Así la penosa experiencia obtenida en el reino del pecado y la muerte podría, bajo la guía de la providencia divina, establecer al hombre firmemente en justicia y lealtad sincera hacia Dios.

La prueba en el Edén fue meramente un examen de obediencia, o lealtad hacia Dios. El fruto del árbol prohibido era bueno (porque todos los árboles del jardín eran buenos), y era deseable para obtener sabiduría; y si el hombre hubiera probado su lealtad por medio de la obediencia, probablemente la restricción hubiera sido levantada a su debido tiempo. El conocimiento es una bendición solo para aquellos que están sujetos a la voluntad divina. De modo que Dios dispuso que el hombre lo adquiriera por medio de la experiencia, y los ángeles por medio del ejemplo. La pena por la desobediencia del hombre fue la muerte: "Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás". La pena se cumplió con exactitud, pues el proceso de muerte comenzó tan pronto como la pena fue pronunciada, cuando fueron echados del Edén y no se les permitió comer del árbol de la vida, y fue completada dentro del día de mil años, como fue predicho. (2 Ped. 3:8) La pena, la muerte, como fue implementada gradualmente y no repentinamente, dejó que la pareja condenada procreara libremente, aunque sujeta a la debilidad y toda la pena que ellos mismos sufrían.

Así, por la desobediencia de un hombre, el pecado entró al mundo, y la muerte (como resultado) por el pecado; y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos son pecadores e imperfectos por herencia.—Rom. 5:12

El pecado, y la pena de muerte, ganando así control de Adán, controlaron el mundo, y reinaron desde Adán hasta Moisés, con algunas pocas promesas divinas para iluminar el oscuro camino. Luego "la ley vino por medio de Moisés", ofreciendo vida duradera a cualquiera que la observara en todos sus detalles. Pero en su condición caída ninguno de la raza condenada pudo obedecerla, y así obtener la recompensa de la vida. Sin embargo, la Ley diseñada por Dios sirvió para un propósito: sirvió para mostrar la incapacidad del hombre para lograr su propia justificación, y sirvió para señalar como separado de la simiente corrupta y condenada de Adán, al santo, inocente, sin mancha Cordero de Dios, cuyo sacrificio como Redentor o sustituto de Adán, cumplió los reclamos de la justicia, compró al mundo de la esclavitud del pecado y la muerte e hizo posible ofrecer el evangelio de perdón y vida eterna, no por medio de nuestra justicia al guardar la ley de Dios (lo cual es imposible debido a la debilidad de la carne), sino por medio de la aceptación de Cristo como nuestro Maestro y de su sacrificio que limpia nuestros pecados delante de Dios.

Podría suponerse que la tarea de bendecir al mundo debió comenzar de inmediato cuando el sacrificio por el pecado fue aceptado por el Padre, como fue manifestado con el otorgamiento del espíritu de adopción en Pentecostés; pero no es así. Otro aspecto del plan divino debía realizarse primero, a saber, la selección y desarrollo de la Iglesia para ser coherederos con Cristo en su gloria, su reino y la obra de bendecir al mundo. Esto era desde el principio una parte del plan divino; por lo tanto el glorioso reino y la obra de bendecir al mundo no podía comenzar con la resurrección de Cristo, ni tampoco en pentecostés, sino que debía demorarse hasta que la selección de todos los miembros fieles y probados pudiera completarse. Dicho de otra manera, el tiempo designado por el Padre para bendecir al mundo es durante el séptimo milenio, y si no fuera por el propósito de seleccionar a la Iglesia, la "esposa" o "cuerpo" de Cristo, para compartir con él la obra de bendecir a la raza, no habría necesidad de dos venidas de nuestro Señor. Una venida hubiera sido suficiente; porque él hubiera podido venir ahora, al final de los seis mil años, hubiera redimido a todos y comenzar inmediatamente la tarea de bendecir y restaurar a la humanidad. Él vino a redimir al mundo dieciocho siglos antes del tiempo designado para las bendiciones, para así dar tiempo, antes de aquel día, para la selección de su esposa de entre la raza redimida.

Así como la caída del hombre se convirtió en una oportunidad para que Dios mostrara a todas sus criaturas su maravilloso carácter desde todo punto de vista (su justicia, su sabiduría, su poder y su amor), así también se convirtió en una oportunidad para probar a su Hijo unigénito, preparándolo para una exaltación aun mayor (Filp. 2:8-10), la naturaleza divina, con todo lo que ella implica en gloria, honor e inmortalidad, y para una posición a la diestra del Padre, para que todos los hombres honren al Hijo como honran al Padre. De la misma manera, por arreglo de Dios es posible el llamamiento, la selección y la prueba de la Iglesia, que pronto será completada y hecha coheredera con nuestro Señor y Salvador, de la gloria, el honor y la inmortalidad, y como él, será exaltada por sobre todos los hombres y ángeles, a la naturaleza divina.—2 Ped. 1:4

Sólo la justicia del carácter de Dios ha sido manifestada al mundo, y la mayor parte de su gloria es tristemente nublada por la tradición humana, que declara falsamente que la paga del pecado es el tormento eterno en lugar de la "destrucción eterna". El amor de Dios por sus criaturas, la sabiduría de su plan de salvación, y su poder para salvar, hasta ahora han sido parcialmente revelados y aun visto en forma distorcionada solo por unos pocos. La justicia de Dios ha sido revelada a todos durante los pasados seis mil años en el reinado de la muerte, la pena que Él decretó por el pecado. El amor de Dios comenzó a revelarse veinte siglos atrás, pero al no ver todo el plan, pocos aprecian correctamente ese amor. Sin embargo "en esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él". (1 Juan 4:9) La sabiduría del plan de Dios no será apreciada hasta que el Milenario Sol de Justicia se haya levantado, revelando aquellos aspectos de su plan que entonces traerá bendiciones a los billones que fueron condenados por su justicia, y que su amor redimió. Pero el poder de Dios no se verá en su plenitud hasta bien avanzado el Día Milenario. Aunque parcialmente revelado en la obra de la creación, la mayor y más completa muestra se manifestará en la resurrección de ente los muertos de aquellos que han sido redimidos, quienes al aceptar las graciosas dádivas de su amor, se someterán alegremente a todos sus justos requerimientos.

Muchos cometen el error de suponer que la justicia de Jehová y su amor están siempre en conflicto. Ambos son perfectos: su amor nunca desea o intenta lo que su justicia no aprueba. Su amor y su justicia deben aprobar juntos cada acto por el cual su poder es ejercido. Entre los hombres, a causa de la falta de sabiduría y poder, a menudo el amor y la justicia están en conflicto. El amor del hombre a menudo proyecta cosas hermosas, que no las puede realizar sin violar la justicia, a causa de su falta de sabiduría y poder. Debemos calibrar nuestros puntos de vista con el infinito y apegarnos a la revelación que Él hace de sus planes, sin buscar hacer nuestros propios planes para Dios. El plan de Dios, cuando es visto con claridad, vindica plenamente su justicia así como su amor. El plan de redención diseñado por la sabiduría divina es la esencia del amor insondable basado en la justicia intransigente, y será realizado plenamente por el poder divino. El primer acto del amor de Dios fue proveer un rescate por Adán, y así por toda su raza, ya que fue por su transgresión que todos cayeron en el pecado y la muerte. Hasta que el rescate fue entregado no se había hecho nada para salvar al mundo: había promesas y tipos de la salvación futura, pero nada más pudo hacerse. Dios había pronunciado una sentencia justa, y la pena no podía olvidarse: debía ser cumplida. antes que Adán y su familia pudieran ser liberados de la sentencia de muerte por medio de una resurrección, la vida de otro hombre que no estuviera bajo la sentencia debía ser entregada como precio correspondiente, para que Dios pudiera ser justo y justificara y aceptara nuevamente a todos aquellos que creen en Jesús y se vuelven a Dios en su nombre. (Hech. 4:12) Y habiendo aceptado a Cristo como el rescate de todos estos, el Apóstol nos asegura que ahora "él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad".—1 Juan 1:9

Así vemos, por la propia declaración de Dios, que desde la muerte de Cristo por nuestros pecados, el justo por los injustos, para que él pudiera traernos al Padre, o mejor dicho, desde que él ascendió a lo alto y apareció en la presencia de Dios presentando el precio de nuestra redención y convirtiéndose en el Señor de todos, tanto de vivos como de muertos, ya no hay ningún obstáculo legal en el camino de retorno de toda la humanidad hacia la reconciliación con Dios, y a todas las bendiciones y privilegios perdidos bajo la pena por la primera transgresión. Las únicas dificultades que quedan están de parte del hombre. En su condición caída su mente y su cuerpo son débiles. Se inclina a creer en la falsedad y a descreer de una salvación tan grande, las "buenas noticias de gran gozo, que serán para todo el pueblo". Y además de ser débil a causa de la caída, a menudo el hombre hace aquellas cosas que su corazón no aprueba, y deja de hacer muchas otras que su corazón realmente desea hacer, y no hay remedio para esto. De modo que necesita ayuda para vencer la tendencia al pecado, o de otra forma la cancelación del pecado y la oportunidad de reconciliarse con Dios será una oferta sin valor.

Esta necesidad, que nosotros reconocemos, se satisface plenamente en aquellos aspectos del plan divino que todavía no se han cumplido. Aquel que redimió a todos es designado para ser al mismo tiempo rey y juez de todos; porque Dios "ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó", Cristo Jesús. (Hech. 17:31) Así que, Él otorgará en justicia, una prueba nueva e individual para que el mundo alcance la vida eterna, habiendo cancelado la sentencia de la primera prueba por el sacrificio propiciatorio de su Hijo.

Y la Iglesia redimida y glorificada, la fiel esposa de Cristo, compartirá con su Señor esta gran obra como reyes, sacerdotes y jueces. ( Apo. 5:10; 1 Cor. 6:2, 3) Como reyes ellos gobernarán al mundo con equidad, promulgando y estableciendo orden, justicia y verdad; como sacerdotes enseñarán a la gente, y por el mérito del único sacrificio por los pecados perdonarán al penitente, limpiándolos y ayudándolos en sus debilidades mentales, morales y físicas; como jueces juzgarán el grado de culpa de todos en sus vidas pasadas y su curso en el futuro, juzgando no por lo que oyen los oídos ni por lo que ven los ojos, sino a través del juicio infalible que les dará su exaltación a la naturaleza divina.

Mientras que la promesa de Dios a la Iglesia es un cambio de naturaleza de la humana a la divina, que se realizará en la segunda venida de su Señor, como la consumación de su resurrección, la primera resurrección (2 Ped. 1:4; 1 Cor. 15:50-53; Filp. 3:10-11; Apo. 20:6), sin embargo, la provisión del plan de Dios para el mundo es bastante distinta, a saber, una restauración o restitución de todas las cualidades y poderes de la naturaleza humana (la semejanza terrenal de lo divino), que ahora se encuentra tan tristemente opacada y desdibujada por los seis mil años de esclavitud al pecado y la muerte.

Para apreciar correctamente la restauración humana, debemos recordar que toda excelente cualidad que aparece entre los hombres es solo un reflejo imperfecto de lo que pertenece a cada hombre perfecto, ya sea exactitud lógica, precisión matemática, gusto estético, arte, ingenio, elocuencia, imaginación poética, musicalidad, o cualquier otra gracia intelectual o moral. Estas cualidades que al principio fueron designadas por el Creador, se convertirán en el proceso de la restauración en cualidades de todos los miembros obedientes de la familia humana, en un grado tal que nunca se ha visto antes en ningún hombre caído. Con la restauración del perfecto balance mental y moral en el hombre, que fue el rey original de la tierra, vendrá también por medio del hombre la bendición de todos sus súbditos, las bestias del campo, las aves del cielo, y los peces del mar. (Sal. 8:6, 8) Así la tierra estará en orden, como también fue prometido.

Los "tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo" (Hech. 3:19-21) son, según creemos una enseñanza de las Escrituras, y están a punto de comenzar. Pronto los últimos miembros del Cuerpo de Cristo habrán terminado de reunirse, y entonces, junto a su gloriosa Cabeza y todos los otros miembros del cuerpo, brillarán como el sol para bendecir a toda la raza redimida.